sábado, 21 de febrero de 2009

Piélago

East Sands


El fin de semana pasado me reencontré con mi pasado. Fue de casualidad. Fuimos a St Andrews, un pueblecito pesquero en la costa este. Ya sabíamos que tenía playa y que podríamos ver el mar, pero este mero conocimiento no me preparó para la experiencia. No vislumbramos la masa azul hasta que caminando por una de las calles principales, empedrada, llegamos a la catedral en ruinas. Lo vimos más allá lejos, pero mucho más cerca que en todo este tiempo, a través de las saeteras de la muralla del cementerio. ¡Por fin el mar! Mar, viejo amigo. Tanto tiempo sin verte...

Te llamaré por uno de tus mil nombres.

Piélago.

Allá nos encaminamos, acercándonos primero al pequeño muelle donde en un líquido amarronado flotaban los poquitos barcos que había. Una melodía; mis sesos estrujándose por sacarla a flote, pero no en aquel líquido. Me sorprendí explicándole a una amiga que eran "esas cajas con cuerdas, alambres e hilos". Supongo que algo se queda cuando se ha nacido en un sito de alguna manera similar. Y más allá: el mar, la mar. Intachable, ni ola, como un plato. Más parecido a un lago que a otra cosa. De un color gris azulado, oscuro y mate, impenetrable por los rayos del sol. El Mar del Norte, el gigante salvaje y borrascoso, ahora mecido como un pétalo por la brisa en una bochornosa sobremesa de primavera.

Do you want to go to the seaside?

Descendí una pared de tierra y pisé con inseguridad sobre la arena blanca. No se me había tragado la tierra. Continué con más decisión hacia la orilla hundiéndome un poco aquí y allá. Arena seca, arena mojada. El oleaje era tan leve... Era como la risa alegre y juguetona de un niño, sin maldad, sin dobles sentidos; se iba y venía, pidiendo jugar conmigo. Me acerqué un poco más y me agaché, estirando la mano y alargando los dedos hasta que mis yemas tocaron el agua cristalina. Mmmm...

Inspira.

Expira.

El olor tan leve... La típica fragancia salada tan delicada tan... perecedera. ¡Casi apenas perceptible comparada con la de otros sitios en las que por parangón el mar literalmente apesta! El tacto viscoso y fresco en las puntas de los dedos, ascendiendo por las palmas. Unas manos que intentan aferrarse al salado líquido, como quien buscara abrigo en una manta, y el mar que sigue juguetón: viene, se va; viene, se va, lamiendo poquito a poco la costa impasible, provocándola a entrar en su juego. Debería de existir una palabra para denominar el olor a sal, el olor a mar.

I fell in love with the seaside.

En donde yo vengo el agua es fría, fría tanto en invierno como en verano. Nunca está caliente como la sopa que es el Mediterráneo en estío. Nunca está templada. Y en comparación con esta agua se me hace más fría. ¡Increíble! La distancia y el tiempo lo enfrían y difuminan todo. Me giro. El sol hace su mejor intento por calentar un poco, por paliar las bajas temperaturas. Es suficiente como para andar en suéter, con total libertad.

El agua me guiña destellos para que no la deje, como a todos; es como una sirena mimosa que encantara a los hombres, pero yo me abstraigo un poco de su embrujo y me convierto en la cercatrice di tesori sin tener en cuenta los años que han pasado; la niña que una vez vivió en mí está entusiasmada.

¡Conchas!

Tanto tiempo sin verte. Tanto tiempo que duele. Ahí están en un cuenco en el alféizar de la ventana. Que les dé el aire para que puedan oler su hogar.


The Seaside – The Kooks

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